Jamás aprendí a decir no puedo, es un verbo que nunca conjugué.
Así que empecé a hacer como que podía y terminaba por salirme bien.
Hay días que no puedo. Eso lo sé yo.
Hay días que despierto con las partes rotas hechas un desorden
y me siento perdida. No puedo acomodar mis pedazos.
A veces se organizan en grupos: bloques de espera que son grandes y de color azul en mi garganta, pedazos blandos y elásticos de tristeza a la derecha, nostalgia al centro haciendo presión y a la izquierda amontonándose como cristales rotos, pedacitos desteñidos de desilusión. Así, puedo comprenderlos mejor.
Muchos de estos pedacitos son inquietos y brincan y se mueven, de pronto en el estómago, a ratos en el pecho.
Hay piezas que voy recogiendo en lugares que he pasado una y otra vez. Pedazos que se formaron cuando también me rompí de alegría. Esos me dejan acariciarlos. Y lo hago mientras escucho el sonido de Dios: aquí Dios Árbol, allá Dios Nube, Montaña, Mar y Piedra. Aquí, siempre aquí, Dios Silencio, que me enseña que en el no puedo no hay opción. Sólo en el "Si puedo" ocurre el milagro.
Caperucita Loba, Bitácoras de Vuelo.
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Imagen: Súper Girl de Joshua Middleton |
Tantos dioses hay, tantos dioses somos, y todos inmersos en la magia en nuestra interioridad,la cual nos contiene, contiene nuestro mundo y, cómo no, contiene todos los mágicos mundos posibles...
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