No es que te
confundas de palabras, sino que confundes la derecha con la izquierda.
No sabes
cuidarte, porque cuidarse es no tener que preocuparse por estar a salvo.
Poner los
candados antes de salir de casa y no de regreso. Activar las alarmas.
Revisar si no te
has puesto el zapato derecho en el pié contrario y si quien va decidiendo es la
cabeza y no el estómago.
Arreglas los
closets, la alacena y los cajones, buscando un orden que no has puesto
internamente. ¿Qué importa si las latas de lentejas están al lado de los
cepillos de dientes? Tu alacena tiene más orden que tú.
El problema es
que confundes las ganas de oler flores con las de un baño caliente, las ganas
de follar con las de comer y las de comer con la necesidad de un abrazo. Y bien
sabes que no todos los abrazos saben a casa.
Te pones a dieta
cuando lo que te hace falta es una caricia.
A aquellos que
se acercan, les das con la puerta en las narices.
Pero te quedas
dentro con quienes se mantienen ausentes.
Confundes
aceleración con métrica. Agua con sed.
Gimnasia con magnesia.
Presencia con esencia.
Te ofreces
promesas porque no tienes nada mejor que darte. Los otros hacen lo mismo. Con
ellos, contigo, con el alquiler, con el cura y con el terapeuta.
Ya no recuerdas
que el objetivo de jugar a las escondidas era encontrarse.
Y entonces
juegas a las traes y sigues corriendo, para que nadie te alcance.
Invocas a Dios
cantando mantras, cuando Dios son tus hijos pidiéndote que dejes de fumar. El
amigo que te hace reír, tu perro meneando la cola cuando llegas, tu análisis de
alto colesterol y también la depresión que te tira en la cama para que te
escuches.
Dios son todas
tus decisiones valientes.
Vuelves a hacer
cita con el especialista de aromaterapia. Cuando lo que buscas es enamora-terapia.
Te estás volviendo disléxico. Lo que sigue es confundir una vaca con una abeja.
Y te pierdas la miel. Y te pases la vida ordenando cajones.
Y las palomas se
te sigan estrellando en la cara porque no sabes distinguir entre nutrir y
alimentar. Y repases los diálogos de tus conversaciones para saber si debiste
haber dicho adiós cuando dijiste hola ó viceversa. Y entiendas, que cuando estás a oscuras
no tienes que llamar a la policía, sino encender una vela.
Y mirar por la
ventana y aprender como lo hacen las luciérnagas.
Caperucita Loba, Visiones alrededor del Fuego.
Imagen de Autor Desconocido |
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