martes, 1 de agosto de 2017

VESTIGE


Cuando yo muera,
y empujen mi cuerpo a algún agujero de la tierra,
y me cubran de flores para mi partida o rieguen mis cenizas en alguna montaña cerca del mar,
y todo se deshaga con el paso del tiempo,
y me laven las lluvias deslavando mi existencia,
poco importará lo que haya dicho el día anterior.
Si debí haber sonreído o llorado un poco más,
lo que decía que quería, lo que creí conseguir, lo conquistado.

Cuando el cuerpo se vaya secando, vacío de todo, de existencia, de risas, de orgasmos, de presiones e inseguridades, de lágrimas y dones, vacío de ojos, de mirada, de tacto, de sed o de frío, poco importarán las prótesis, la masa muscular, lo estético del cuerpo, los pies pedicurados, no haber tomado la medicina, los libros terminados, tu ascendente en Escorpio o el corte de mi pelo.

La muerte no permite frivolidad.

¿En dónde quedará mi fragilidad y mi ternura, mi furia, el calor de mi plexo solar, mis cosquillas, aquello que me eriza los poros, mis escalofríos, la ansiedad que a veces me habita, mi alegría? ¿En dónde? Mi respiración, la forma de tocar, la adrenalina que me hizo sentir viva, mi manera de amar. Lo imaginado y sentido. Ya nada importará, yo estaré muerta. Como millones antes que yo, como tú que también vas a morirte.

Hay 148 personas nuevas cada minuto. 8,800 cada hora. Más nacimientos que muertes.

La muerte te otorga tu insignificancia.

El porcentaje de grasa corporal no mejorará en nada tu experiencia. Ni tus cuentas multi ceros. Ni tus títulos, ni el omega 3 que tomaste ayer. Un costal de huesos a un agujero.

Pero importará, si te lanzaste a hacer aquello que te llenaba de mariposas por dentro. Lo que si te atreviste, que tanto fuiste tú, las veces que no importó hacer el ridículo, equivocarte por amor, bailar pegadito, desvelarte, romperte el corazón en mil pedazos, llorar que se acabó, el dolor de tu alma ante lo perdido, arriesgarte, tus pies hinchados, haber cruzado el mar buscándote, nunca encontrarte en ningún punto, verte en todo… si te supiste sagrado, si te supiste divino, creador.

Sólo tu eco, sonando en aquellos a quienes pudiste tocar apenas, reconocerte, transformar y ser transformado por el encuentro. Comprender el juego.

Venimos a ponernos al servicio de los demás para ser “el bueno”, “el malo”, "la madre", “el hijo”, “tu mayor dolor” o “tu más grande amor". 

¿Hasta dónde fuiste capaz de ir por otro que no fueras tú? 

Porque ese recorrido, esa distancia, es la medida de tu amor, tu único avance real, tu paso adelante en la danza eterna, de corazón a corazón.

 Caperucita Loba, Visiones alrededor del Fuego. 
Imagen de Autor Desconocido.

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