Cuando yo muera,
y empujen mi
cuerpo a algún agujero de la tierra,
y me cubran de
flores para mi partida o rieguen mis cenizas en alguna montaña cerca del mar,
y todo se deshaga con el paso del tiempo,
y todo se deshaga con el paso del tiempo,
y me laven las
lluvias deslavando mi existencia,
poco importará
lo que haya dicho el día anterior.
Si debí haber
sonreído o llorado un poco más,
lo que decía que
quería, lo que creí conseguir, lo conquistado.
Cuando el cuerpo
se vaya secando, vacío de todo, de existencia, de risas, de orgasmos, de presiones
e inseguridades, de lágrimas y dones, vacío de ojos, de mirada, de tacto, de
sed o de frío, poco importarán las prótesis, la masa muscular, lo estético del
cuerpo, los pies pedicurados, no haber tomado la medicina, los libros
terminados, tu ascendente en Escorpio o el corte de mi pelo.
La muerte no
permite frivolidad.
¿En dónde
quedará mi fragilidad y mi ternura, mi furia, el calor de mi plexo solar, mis
cosquillas, aquello que me eriza los poros, mis escalofríos, la ansiedad que a
veces me habita, mi alegría? ¿En dónde? Mi respiración, la forma de tocar, la
adrenalina que me hizo sentir viva, mi manera de amar. Lo imaginado y sentido.
Ya nada importará, yo estaré muerta. Como millones antes que yo, como tú que también vas a morirte.
Hay 148 personas
nuevas cada minuto. 8,800 cada hora. Más nacimientos que muertes.
La muerte te
otorga tu insignificancia.
El porcentaje de
grasa corporal no mejorará en nada tu experiencia. Ni tus cuentas multi ceros.
Ni tus títulos, ni el omega 3 que tomaste ayer. Un costal de huesos a un
agujero.
Pero importará,
si te lanzaste a hacer aquello que te llenaba de mariposas por dentro. Lo que si te
atreviste, que tanto fuiste tú, las veces que no importó hacer el ridículo,
equivocarte por amor, bailar pegadito, desvelarte, romperte el corazón en mil
pedazos, llorar que se acabó, el dolor de tu alma ante lo perdido, arriesgarte,
tus pies hinchados, haber cruzado el mar buscándote, nunca encontrarte en
ningún punto, verte en todo… si te supiste
sagrado, si te supiste divino, creador.
Sólo tu eco,
sonando en aquellos a quienes pudiste tocar apenas, reconocerte, transformar y
ser transformado por el encuentro. Comprender el juego.
Venimos a
ponernos al servicio de los demás para ser “el bueno”, “el malo”, "la
madre", “el hijo”, “tu mayor dolor” o “tu más grande amor".
Porque ese recorrido, esa distancia, es
la medida de tu amor, tu único avance real, tu paso adelante en la danza eterna, de
corazón a corazón.
¿Hasta dónde fuiste
capaz de ir por otro que no fueras tú?
Caperucita Loba, Visiones alrededor del Fuego.
Imagen de Autor Desconocido. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario